“No tiene nada que festejar la reacción porque nosotras no vamos a rendirnos; porque nada nunca ha sido fácil para las mujeres en este sistema capitalista y patriarcal; estamos acostumbradas a las duras batallas, porque sobrevivir a todas las formas de violencia machista ya es una lucha en sí misma”, escribió la compañera Giselle Santana en la contratapa de la edición de Las12 el viernes que pasó. Y no puede estar más en lo cierto. Porque los pañuelos verdes no quedaron abandonados, olvidados y relegados en un cajón u ocultos con vergüenza. Porque están ahí, siguen firmes, atados a los cuellos, en las carteras, en las mochilas, llevados como vinchas o como colitas de pelo.
En cambio, los celestes, esos representantes de la clandestinidad y la apatía, hay quienes dicen que no los volvieron a ver luego de lo que ellos mismos consideran “la victoria”. Pero creo fervientemente en que se equivocan. Lo que pasó en aquellas horas del 8 y 9 de agosto no fue una demostración de una lucha ganada. Porque si se lucha para que todo quede igual, déjenme decirles que no están luchando por nada. Seres defensores de “la vida”, no ganaron nada. No ganaron nuestro silencio. No nos callamos más. No ganaron "que no haya más abortos". Vamos a seguir abortando en la clandestinidad, con miedo, con dudas, pero hermanadxs siempre. No ganó "la vida". Porque ahora solo habrá más muertes. Lo que ganó fue la clandestinidad, el que algunas personas puedan vivir tranquilas en tu burbuja sin enterarse de todxs lxs muertxs por abortar en condiciones inhumanas. Ganó la hipocresía, la mentira, la doble cara, la moral de algunxs puesta por encima de la vida y la decisión de todxs lxs demás. Ganaron quienes abusan pibes usando la cruz colgada al cuello. Ganaron quienes "defienden la vida del bebé " ahora, pero se olvidan de los bebés robados a sus xadres en la dictadura y con el apoyo de la iglesia a la que tanto veneran. Ganaron quienes hacían abortar a las mujeres en centros clandestinos de detención. Ganaron quienes no toman noción de la gravedad del asunto y se piensan que esto es todo un River-Boca. Ganaron quienes nos llaman violentxs mientras nos pegan y nos insultan en las calles, en los bondis, en nuestros trabajos, en las marchas o yendo a ellas. Ganaron quienes nunca antes habían salido a luchar "por las dos vidas" hasta que se planteó la legislación del deseo y la autonomía. Ganaron quienes no tienen lucha propia, sino que se basan en querer boicotear la lucha ajena. Ganaron quienes "quieren que nazca el bebé", hasta que ese bebé se convierte en un villero. Ganaron quienes "quieren que nazca el bebé", pero después apartan la vista cuando ven a un pibe pidiendo en la calle. Ganaron quienes carecen de argumentos sólidos y, a base de eso, se empeñan en decir mentiras. Ganaron quienes no se informan ni se molestan en hacerlo, pero igual se atreven a decir que van a votar en contra. Al final, terminó ganando el odio, la ignorancia, la Edad Media, gracias a un selecto grupo de senadorxs que ignoran la demanda popular de un derecho que es deuda de la democracia y que cuenta con una batalla de larga data. Pero si se creyeron que estábamos derrotadxs, están cometiendo un gravísimo error. La lucha sigue porque acá no se rinde nadie. Porque puede ser que no haya salido lo que esperábamos. Pero lo que sí ha quedado en evidencia es que el patriarcado está cada día más roto. Una pata más que sostiene a este sistema opresor ha empezado a tambalearse. Porque la verdadera pelea se da en las calles y las calles ya votaron. Porque no se va a caer. La realidad es que lo vamos a tirar, juntxs y en manada.